segunda-feira, 7 de março de 2016

Em homenagem ao 08 de Março

Mujer y Mundos Posibles



“Casi no puedo con el mundo que azota entero mi conciencia...” Julia de Burgos




Puesto que nací después de las dos grandes guerras mundiales, no recuerdo en lo que tengo de vida otra época más angustiosa para la humanidad que ésta. Nunca antes nuestro mundo ha necesitado tanto de la imaginación femenina como hoy.

El escritor italiano, Alberto Moravia, decía que las mujeres debíamos gobernar el planeta porque la maternidad es incompatible con la bomba atómica. Yo no sólo estoy de acuerdo, sino que pienso que de nosotras depende el futuro sin guerras que anhelamos.

Hay mujeres que piensan que los comportamientos y sensibilidades que conforman una “ética femenina” son el producto de una opresión histórica. Es posible que así sea; que las responsabilidades que tradicionalmente hemos asumido en un mundo dominado por los hombres sean las que nos han forzado a desarrollar valores como la conciliación, la valorización del ámbito privado, la preocupación por el otro, por las relaciones inter-personales, las emociones y la comunicación. Sean cuales fueran las razones que han depositado esta sensibilidad en la mujer, el hecho es de que poseemos, como grupo, una “ética” diferente. Mientras los hombres están más preocupados por la “universalidad” de ciertas leyes morales, deberes y derechos; las mujeres valoramos mejor el impacto directo de los conflictos sobre las vidas particulares de quienes los sufren. La compasión, la resolución vía diálogo de las confrontaciones no las aprendemos en los libros; las vivimos en el día a día. La ética de cuidar la vida no es para nosotras un concepto abstracto, como puede ser la patria para los hombres. Tenemos una relación biológica con este imperativo de la naturaleza porque en la división del trabajo humano, es a nosotras a quienes nos toca no sólo dar vida, sino protegerla, alimentarla, ayudarle a alcanzar su plenitud y hasta auxiliar a nuestros viejos en el camino hacia su fin.

Hay un viejo principio socialista originado en Fourier y en Engels que afirma que el nivel de libertad de las mujeres es un criterio válido para medir el nivel de humanización de la sociedad. Podríamos deducir de este criterio que un mundo más humano y armónico requeriría de la globalización de la libertad femenina. Yo me atrevería a decir más: Estoy convencida de que el “otro mundo posible” que surgió como enseña del Foro Social Mundial en Porto Alegre, es un mundo imbuido de la sensibilidad, la compasión, el respeto a la vida que portamos las mujeres. Estoy convencida de que de nuevo estamos llamadas a darle a Adán otro mordisco de la manzana del conocimiento, esta vez no para perder, sino para recuperar el Paraíso Terrenal.

La urgencia de esta misión que, pienso, tenemos todas las mujeres del mundo requiere sin embargo que repensemos y reformulemos el carácter de la lucha por nuestra libertad que hemos venido dando desde hace varias décadas.


A raíz de los preparativos de guerra de Estados Unidos contra Irak, fuimos testigos de la más grande movilización por la paz a nivel global que se ha visto en la historia de nuestra especie. Fue hermoso ver las multitudes que se concentraron en las plazas y avenidas de tantas ciudades del globo. Fue hermoso y esperanzador, pero hasta cierto punto, fue un impulso tardío, un impulso que se pareció al de los bomberos que salen a apagar un fuego cuando ya el fuego se ha extendido y amenaza con consumirlo todo.

Y la verdad es que, si no abordamos los problemas de fondo de nuestras sociedades, las mujeres y los hombres de buena voluntad vamos a seguir actuando como apaga- fuegos. Y la solución de estos problemas de fondo a los que me refiero se nos va a seguir escapando mientras sigamos sin abordar el mayor problema de fondo de todos que es el de los valores, de la ética que rige nuestra moderna existencia. La esperanza a la que podemos aferrarnos es la de cambiar esta ética; la de darle al mundo otro mordisco de la manzana bíblica.

Si analizamos la historia del siglo XX, podremos ver algo muy interesante y es que de todas las revoluciones sociales que se produjeron, ninguna tuvo mayores consecuencias, ni cambió más el mundo que la revolución femenina. Cosas fundamentales como el amor, la sexualidad, las relaciones de trabajo, la intimidad de las familias, el potencial de la humanidad, se transformaron sustancial y positivamente. La revolución femenina coincidió en el tiempo con el fin de la guerra del Viet-Nam, el fin de la guerra fría y la democratización de América Latina. Aunque no se haya cuantificado su contribución en estos procesos, la más activa presencia de las mujeres y su nueva valoración social, sin duda dejó su huella en ellos.

Ahora bien, desde fines de los 80 y a través de los noventa, ese impulso fenomenal, ese aire libertador que traía el feminismo, se estancó. El contra-ataque fue despiadado. A las feministas se nos acusó de todo lo que era posible acusarnos y, bajo el embate de una ola conservadora, se produjo un repliegue.

El movimiento femenino se desbandó y para sobrevivir se transformó en un movimiento reivindicativo que se concentró en trabajar alrededor de ciertos temas específicos. Dejamos de cuestionar de manera beligerante los valores fundamentales sobre los que siguen funcionando nuestras sociedades, para convertirnos en especie de “lobbies” para gestionar un limitado número de derechos. La derecha nos acorraló en el debate sobre el aborto mientras continuaba con su agenda fundamentalista promoviendo el regreso a lo que llama “valores cristianos” que, en esencia, lo que cuestionan son todos los cambios que las mujeres proponíamos a la sociedad.

No es que no hayamos continuado avanzando. Hay cantidades de experiencias a lo largo y ancho del mundo que atestiguan el duro ascenso de las mujeres hacia ese Everest de la igualdad, pero estas luchas se han tornado pragmáticas, específicas o individuales; han sido vaciadas de su contenido colectivo y revolucionario, del aliento heroico que animó las luchas por el voto, la quema de brassieres, las tomas de revistas de modas o de los concursos de belleza de los sesentas; o las marchas de las madres en la Plaza de Mayo.


Las mujeres nos hemos dividido entre feministas o no-feministas al faltar ese elemento unificador de una causa común, al fragmentarse el objetivo de nuestras luchas en pequeñas parcelas. Una época como ésta con su necesidad de luchar por la paz nos ofrece una bandera que nadie mejor que las mujeres podemos levantar. La paz nos compete a todas porque la guerra nos afecta a todas. Y la lucha por la paz, entendida como la lucha por una nueva ética humana donde la guerra deje de ser una opción viable, nos presenta un reto lo suficientemente formidable como para llamarnos a desencadenar todas nuestras energías.

Por experiencia sé que grandes retos movilizan nuestra capacidad de grandeza. Los seres humanos llevamos en alguna parte de nuestra psiquis una especie de memoria de la felicidad perdida que nos mueve a seguirla buscando incansablemente. Estos tiempos, con sus amenazas y su desesperanza tienen también su lado positivo porque nos obligan a sacudirnos la complacencia y a buscarnos de nuevo las unas a las otras. El rol que esta vez nos toca jugar es de singular importancia. No podemos dejar que los ruidos de la guerra apaguen los ruidos de la vida. Tenemos que invocar el poder del vientre, el poder del cuerpo femenino para dar un salto definitivo en esta lucha de la humanidad no sólo por la sobrevivencia, sino por el placer y la felicidad de cada uno de sus integrantes.


Cada una de nosotras conoce el poder de las palabras, el poder de la imaginación. Hace mucho ya que el lenguaje femenino que articulaba la filosofía libertaria del movimiento de emancipación de la mujer se volvió ininteligible para la común de los mortales y se tornó en un lenguaje de especialistas. Hay que volver a impregnarlo de su profundo y original hálito liberador, a la vez que se le dota de colores que reflejen la belleza del porvenir. Hay que delinear el futuro que soñemos con las imágenes y las visiones más hermosas de que seamos capaces para que quien lo intuya se sienta poseída por el deseo irrefrenable de hacerlo realidad.

Tenemos hoy más que nunca la responsabilidad de volver echar a volar las grandes ambiciones que hincharon las velas de las valientes mujeres que nos precedieron. A la falsa “ética” militarista y justiciera, debemos contraponer una nueva ética humanista, multicultural, igualitaria, respetuosa y solidaria. Una ética que empiece por reconocer que no se pueden andar pregonando valores como la democracia y la libertad a otros, cuando en nuestro propio “civilizado” occidente la mitad de la población no goza de las libertades, ni la democracia porque está abrumada, mal pagada, mal tratada y sigue siendo ciudadana de segunda categoría.

Hay entonces una lucha de liberación pendiente, que es global y que no puede seguir esperando porque, igual que la lucha por la paz, es clave para que la humanidad no pierda sus rasgos éticos y acabe convertida en una monstruosidad.

Virginia Woolf escribía, en el final de su ensayo “Un cuarto propio”, refiriéndones a la hermana de Shakespeare que nunca existió y decía: esa mujer “vive en ustedes y en mí y en muchas otras mujeres que no nos acompañan esta noche, porque están lavando los platos y acostando a los hijos. Pero vive porque los grandes poetas no mueren; son presencias continuas; sólo precisan una oportunidad para andar entre nosotras de carne y hueso”


Y sigue diciendo: “si nos adiestramos en la libertad y el coraje de escribir exactamente lo que pensamos; si nos escapamos un poco de la sala común y vemos a los seres humanos no ya en su relación recíproca sino en su relación con la realidad......si encaramos el hecho de que no hay un brazo en que apoyarnos y de que andamos solas y de que estamos en el mundo de la realidad y no sólo en el mundo de los hombres y las mujeres, entonces la oportunidad surgirá y el poeta muerto que fue la hermana de Shakespeare se pondrá el cuerpo que tantas veces ha depuesto.”
El futuro es nuestro, compañeras. Pero tenemos que ganárnoslo, que defenderlo con la pluma, con las ideas y con una cada vez más ferviente solidaridad humana para que de nuestro parto colectivo nazca ese otro mundo posible al que aspiramos.



Gioconda Belli
07 de março de 2012

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